sábado, 15 de diciembre de 2007

¿He sido yo?

Que decía mi odiado Steve Urkel.

Hace poco, Arwen me hizo pensar en qué superhéroe sería. Y hay que leer con cuidado el enunciado de la pregunta, porque no se trata de qué superhéroe te gustaría ser, sino de cuál serías. Y yo lo tengo claro: ninguno. No reúno ni una sola de las cualidades necesarias para alcanzar tal nivel. Ahora, que si nos quedamos en los tebeos de andar por casa, los de toda la vida, lo tengo claro: sería un híbrido entre Carpanta (tengo un afán devorador que me hace engullir un bocadillo de tortilla diario cada mañana) y Rompetechos (que va por todas partes como un elefante en una cacharrería).

El caso es que el otro día estaba en la sala de profesores con mis compañeros. Las mesas que tenemos allí son bastante anchas porque el centro es grande y somos muchos. Allí estábamos todos, corrigiendo y comentando las meteduras de pata (una de las pocas satisfacciones que tiene mi trabajo). En el centro de la mesa, exámenes, libretas, cafés, unos periódicos y unos cuantos maletines. Hasta ahí, todo normal. Frente a mí, dos compañeras me piden que les pase algunos de los periódicos. Como una es más corta de tamaño que las mangas de un chaleco y la mesa muy ancha, cojo los periódicos y decido lanzarlos, delicadamente, hasta el otro lado de la tabla para que lleguen a mis compañeras, que por la manera en la que tenían apalancados sus traseros en sus respectivas sillas, pasaban olímpicamente de estirarse ni un poquito para alcanzar los diarios en cuestión.

Lanzo el primer periódico y la compañera lo coge. Sin problemas. Lanzo el segundo, y, convencida de que había llegado a su destino sano y salvo (¿os he dicho que tampoco se me da bien lo de ver el futuro?), sigo corrigiendo. De pronto, oigo un murmullo y veo gente que se levanta. Y detrás de un maletín que estaba puesto por allí de pie y que tapaba buena parte de mi campo visual, veo que alguien levanta un taco de exámenes empapaditos en café.

Resulta que, por una de esas carambolas de la vida y que en mi caso siempre tienen idéntico resultado, la chochona de mi compañera no había cogido el periódico que le lancé y el periódico, sin nada que detuviese su trayectoria, había ido directo a tirar el vaso de café de la susodicha compañera, arrasando con todo lo que allí había. Lo primero que encontró fueron los exámenes de un compañero de Historia. Lo segundo, y ante la pasividad de mi chochi-compi, un bolso de piel de una compañera de Matemáticas.

Me quería morir. Colorada como un tomate fui a pedirle perdón al compañero de Historia y a la profe de Tecnología mientras oía de fondo cómo mi chochi-compi (la misma que no había levantado su culo para coger el periódico, la misma que no lo había cogido cuando lo lancé, la misma que había dejado allí su vaso de café, esa) decía : “¡Uy! Es que lo he visto venir. Ha pasado delante de mí a cámara lenta”. ¿A cámara lenta? ¿A cámara lenta? Yo me cago en el compañerismo, en los favores y en las pitonisas que lo ven venir. Si lo has visto, alma de cántaro, ¿por qué no lo has cogido? ¡Que era para ti!

Y la tía va y me dice: "Tú no te preocupes, que si hay que comprarle el bolso a N., lo pagamos a medias”.

Tampoco os cuento el viaje de vuelta que me dieron mis compañeros de coche. Nos reímos un rato, la verdad.

Si cuando yo digo que no me gusta el café…

domingo, 25 de noviembre de 2007

Turno de guardia (I)

Dentro de las numerosas labores que tenemos que llevar a cabo los docentes está la de hacer guardia durante los recreos. ¿En qué consiste? Supongo que todos lo sabréis, pero yo lo aclaro por si las moscas. Tú te privas de media horita de descanso legítimo y a cambio, recibes un aluvión de gritos, insultos, empujones y vejaciones varias.

Suena el timbre y te echas a temblar: "¡Mierda! Me toca guardia". Buscas a tu compañero de guardia y allí que os vais, como Wyatt Earp a impartir justicia y limpiar los pasillos de Instituto City, Ciudad sin Ley, de malandrines remolones. Por más años que lleve en la enseñanza, me fascina especialmente el hecho de que los mismos cafres que te echan la clase abajo buscando cualquier pretexto para salir durante el horario lectivo, son precisamente los que no hay manera de que se vayan al patio en cuanto suena el timbre del recreo.

Y ahí entras tú. Con tu cuerpecillo serrano y tu vocecita intentando echar al patio (por no decir escaleras abajo) a determinados elementos que se dedican a explotar al máximo las posibilidades que el edificio les ofrece. ¿Que tiene varias plantas? Se dispersan por todas y cada una de ellas. ¿Que además (y esto ya es la repera) tienen dos escaleras? Pues ahí están también, bajando por una y subiendo por otra. Y tú, como una imbécil, detrás.

Otro día hablaré largo y tendido de las guardias de recreo en el patio, pero la génesis de este post me vino la semana pasada, en una de mis habituales redadas por los servicios. Puede que no lo creáis, pero los servicios de mi instituto, a las 8.30 de la mañana, huelen a concierto de Melendi que tira p´atrás. Y vas y la mayoría de las ocasiones ya no hay ni rastro de los amantes de la hierba. Pero otras veces... Os describo los cuadros flamencos que os podéis encontrar:

Caso 1:
9.30 de la mañana: una humareda blanca sale del servicio de las chicas.
9.35: la profesora entra a ver qué c... pasa.
9.36: cara de pasmo de la profe que localiza la fuente de origen del humo. Bueno, más bien, del incendio. Porque mis queridas pandoras habían pegado una compresa en el techo (¿?) y le habían metido fuego. No contentas con eso y recordando ritos ancestrales, se encontraban cantando y tocando las palmas alegremente al calor de la "fogatita".


Caso 2:

12.15 del mediodía: de nuevo, humareda como presagio de la catástrofe.
12.20: ¿entro o no entro? Recordando mi deber, entro.
12.21: peste a porro que todavía me dura. "A ver ¿qué hacéis (como si no lo supiera) que no estáis en clase?"
Sonido de cisternas a todo meter.
12.22: empiezan a salir niñas de los servicios de tres en tres. Todas felices y relajadas. Por supuesto, ni rastro del motivo de su "alegría".
12.23: observo que quedan dos puertas cerradas. Sospechoso. Llamo a una.
12.24: "¿Qué quiereeeees, con la bulla? Que estoy en el váter".
12.25: "Maestra, esa es la Vane (por ponerle un nombre), que está cagando". "Que sí, que sí, que tiene permiso para salir, porque si no caga rápido, se lo hace encima", "¿No ve que se pasa el día en el váter?" "Illa, ve acabandooooo".
12.26: perpleja por la situación, llamo a la otra puerta. Risas. Me agacho. Veo dos pares de pies muy juntitos. Vuelvo a llamar a la puerta intentando aparentar una seguridad y una mala leche que no tengo.
12.27: "A ver, salid de ahí". Parece que van a abrir la puerta. "A ver, niñas...". No termino la frase porque lo que asoma ante mis atónitos ojillos son dos maromos más largos que un día sin pan que se están descojonando de mí en mi cara. Uno de ellos, pandoro, alumno mío. El otro, coleguita de mi pandoro de toda la vida.

12.30: Voy camino de Jefatura de Estudios intentando asimilar lo ocurrido. Los porros, la cagona, los maromos...

A veces envidio a la Vane: me gustaría poder meterme en el váter, soltar todo el estrés que llevo dentro de golpe vía rectal y quedarme como nueva.

El deporte va a matarme

Pues resulta que en mi casa (bueno, en la de mis padres) tenemos una Wii. Idea principal: que mi madre se mueva un poquito, que no anda demasiado bien de muchas cosas. Yo pensaba que lo del anuncio era un tanto exagerado, pero no. Esa consola es la leche (y no tengo familiares en Nintendo, por si hay algún malpensado por ahí). Estuvimos toda la mañana de ayer jugando al Wii Sports y nos lo pasamos en grande. Problema: que solo viene un mando, y por más que nos pateamos Sevilla entera (friki tiendas informáticas incluidas) no encontramos ni un solo mando más. Cosas que hace Nintendo, por lo visto.
El caso es que después de jugar a tenis, a béisbol, a boxeo, a golf y de decidir que lo de los bolos no era lo mío, estoy prácticamente inmovilizada de cintura para arriba. Me duele toda la espalda. El lado derecho más, por supuesto. Me duele al sentarme, al levantarme, al respirar profundamente... Vamos, que estoy hecha un asco. Pero nos lo pasamos de escándalo, la verdad.
Qué poquito fondo tiene una, qué poquito...

sábado, 17 de noviembre de 2007

Disecciona2


Uno de los numerosos rituales por los que hay que pasar anualmente si eres tutora (en el caso de los profes de Lengua, casi siempre) es el de la reunión con los padres. Una, que es de natural cortaíllo, lo pasa francamente mal porque sabes que en cuanto lleguen a casa, los padres van a diseccionarte como si fueras un vulgar batracio. Y así es como me siento frente a esos padres que van llegando y que entran en la clase de sus hijos, dispuestos a tragarse (un año más también) el rollo que tengamos que soltarles. Soy un batracio panza arriba, sujeto con alfileres a una mesa de operaciones y todos esos señores son estudiantes de Medicina dispuestos a sacarme las vísceras. De hecho, mientras hablo, me parece croar de vez en cuando.
La cosa funciona así: tú entras con todos los papelajos informativos (horarios, profesores del grupo y demás) que vas a soltarles en cuanto tengas oportunidad. Te presentas, empiezas a hablar (presentación supercurrada y preparada un par de horas antes porque no has tenido tiempo en toda la semana de pensar en la dichosa reunión) y cuando vas cogiendo el ritmo, aparece una madre que llega tarde. Bueno, no pasa nada. Te presentas, resumes lo que llevabas dicho y vuelves a retomar el hilo. Pero el proceso se repite varias varias veces. Y al quinto padre que te llega tarde, pues pasas ya de resumir ni de ser simpática ni nada. Porque esto va así: tú quieres que la reunión se termine cuanto antes, y a los padres, lo que les interesa es su hijo, no la marcha general del grupo, ni el horario del departamento de Orientación. Si no pueden tener información de su hijo, lo demás suele interesar más bien poco, cosa que es completamente comprensible, porque si yo me aburro escuchándome, no quiero imaginar lo que se tienen que aburrir los padres.
Y cuando termina la reunión, viene otro proceso interesante. Porque a pesar de que has aclarado que no se va a dar información individualizada y que si quieren saber de sus retoños, tienen que pedir cita, siempre hay algún progenitor (progenitora, normalmente) que intenta sonsacarte información de su hijo. Y ahí viene lo interesante: la cola que se forma delante de tu mesa cuando acaba la reunión. La mayoría están para pedir cita, pero como digo, las hay que vienen a saber algo de su niño.
Yo ya tengo mis horas de atención a padres cubiertas para todo el trimestre. Se van, te despides y coges el coche para hacerte el caminito de hora y media hasta tu casa.
Pero lo mejor viene cuando al día siguiente, sin venir a cuento, los niños te sueltan en medio de la clase los comentarios que sus padres han hecho de ti durante la cena: "Mi madre dice que pareces una niña", "Mi padre dice que te pareces a mi tía Conchi ¿?". He de reconocer que dentro de lo que cabe, no salgo muy mal parada (la tía Conchi debe de ser terriblemente atractiva jajaja); pero mi favorita es una frase que le soltaron a un compañero el año pasado tras su presentación: "Maestro, maestro: mi madre dice que tienes más voz que cuerpo". Hay que joderse...

domingo, 4 de noviembre de 2007

Prueba de nivel (II): Lengua

Ya os dije que en cuanto pudiera (que ha sido más bien tarde), os contaría la segunda parte de la pruebas. En este caso, la de Lengua.
El primer ejercicio consistía en escuchar la grabación de un programa de radio que se emite en Canal Sur en el que una señora expone un problema que tiene su hijo con una multa de tráfico que le han puesto. La intervención dura unos cinco minutos aproximadamente. A continuación, los chavales debían contestar a tres preguntas. En la primera debían señalar rasgos característicos del habla de la mujer de entre una lista que ellos daban; en segundo lugar, tenían que decir a qué comunidad autónoma (elegían entre Asturias, Canarias, Andalucía y el País Vasco) pertenecía la señora y luego, debían razonar su respuesta (que con copiar lo que habían señalado en el primer apartado iban listos).
Todos supieron identificarla como andaluza y señalar algún rasgo identificativo, pero cuando tuvieron que justificar sus respuestas, leí cosas como:

"Porque es expontánea, tiene mucho desparpajo y es muy brutilla hablando".
"Porque es muy basta hablando".
"Porque al hijo le pusieron la multa en Lucena (Córdoba)".
"Porque el programa es de Canal Sur Radio y eso sólo se escucha en Andalucía".

Solo uno o dos apuntaron razones lingüísticas que justificasen su respuesta. Eso después de habernos pasado una semana entera viendo el seseo, el ceceo, el yeísmo y todo lo relacionado con el andaluz.

En otra pregunta se les ponía una viñeta de Mafalda en la que la niña quería ir a jugar a la plaza, pero la madre no la dejaba y la mandaba a ver la televisión. Después de pasar un rato viendo la tele (anuncios, concretamente) Mafalda se ha convertido en un anuncio andante y empieza a ver todos los defectos que tienen la casa y su madre, que, finalmente, la deja ir a jugar a la plaza.

Debían entender que la publicidad había afectado negativamente a Mafalda y la madre, viéndolo, prefiere que se vaya a la calle.

Interpretación de los chavales: como la madre no la había dejado ir a la calle, Mafalda se había puesto a darle la tabarra a la mujer hasta que esta, agobiada por la insistencia de la niña, la había dejado salir. Mafalda, por pesada, consigue lo que quiere.

Ejemplo perfecto de cómo ajustar tu percepción de las cosas a lo que vives cada día. Pensé que la pregunta de Mafalda les costaría menos, pero no. Sé que a lo mejor puede parecer que estoy todo el día viendo el lado malo de los chavales, pero es que estas cosas me preocupan. Por ellos, básicamente. Si no son capaces de sacar el significado de seis viñetas de Mafalda, ¿qué pasará cuando lo que les pongan por delante sea otro tipo de escrito? Ya no digo que sepan realizar un análsis sintáctico a la perfección (cosa que, aquí entre nosotros, yo detesto). Se trata de entender, de comprender la realidad. Si no eres capaz de entender la realidad que te rodea, los mensajes con los que te bombardean a diario (por no hablar de lo que hay detrás de muchos de esos mensajes), eres un ser sin criterio y por tanto, manipulable.

Y eso sí que me preocupa.

lunes, 22 de octubre de 2007

Prueba de nivel (I):Matemáticas

Pues resulta que a mi querida Junta de Andalucía se le ha ocurrido hacer una prueba de nivel para todos los alumnos de 3º de ESO que abarque las dos materias instrumentales: Lengua y Matemáticas. Mis niños de 3º (de los que soy tutora) han hecho hoy la prueba de Matemáticas. He de reconocer que algunas cuestiones estaban bastantes confusas y los contenidos de los cuestionarios pésimamente distribuidos, porque los pobres no sabían en qué hueco les tocaba responder. Hasta ahí bien, que no es culpa de las criaturitas. Cuestiones:

-"¿Y esto para qué vale, maestra?"

Respuesta mental: "Para nada. Para que lleguen a la conclusión de que los profesores no sabemos explicar, que vosotros sois las víctimas de todo el sistema educativo y para que a mí me hagan echar unas horas extras corrigiendo pruebecitas que, por supuesto, nadie me va agradecer. De dinero ya, ni hablo".
Respuesta real: "Hombre, para ver el nivel de conocimientos de la clase. Es muy importante que pongáis el mayor empeño porque la imagen de la clase está en juego".

-"¿Me va a contar en la nota?"
Respuesta mental: "Pues la verdad es que tampoco".
Respuesta real:"Pues no lo sabemos todavía... (Silencio incómodo). Pero bueno, tú hazlo lo mejor que sepas".

-"Y si no lo hago, ¿qué pasa?"
Respuesta mental: "La verdad, nada. Ya entonaré el mea culpa por no saber motivarte lo suficiente".
Respuesta real: "No, no. Eso ni se te ocurra, porque perjudicas la media de toda la clase...".

Leo las instrucciones, reparto los formularios y ...

-Maestra, ¿qué diferencia hay entre el ancho y el alto?
-¿Cómo?
-Sí, hay que dibujar un rectángulo que tenga 20 centímetros de ancho y 30 de largo...
¡Ay, mi madre! La primera, en la frente. ¡Chiquillo! ¿No ves que da igual, que con las medidas que te dan te debería salir, aunque no tengas ni idea de qué es el ancho y el largo? Que también les vale. Almas de cántaro... (o cantaro, que dirían ellos).
-Lo siento, pero no puedo aclararos nada.Tenéis que entender las preguntas.
Por supuesto, hacen caso omiso. Y vuelven a la carga:
-¿Qué era vertical y qué horizontal?
-Aquí hay una pregunta que es como un Sudoku... Maestra, ¿qué es una celda?

Y mañana, la prueba de Lengua. Ayyyyyy...





sábado, 20 de octubre de 2007

Vivo en un chiste...

..y yo sin enterarme, fíjate. Esta mañana he ido al centro de Sevilla a comprar cuatro cosas (libros, básicamente) que me hacían falta. Bueno, no me hacían falta, falta, pero me ha dado por ahí. Como resulta que cuando me fui a Grecia guardé mi Ipod nano tan bien, tan bien que no lo encuentro, pues iba por la calle a orejón destapado.

Me encuentro de frente a un grupo de unas 6 personas, todas con su camiseta con el logo de los Héroes del Silencio (se ve que han dado o van a dar un concierto por aquí, no lo sé). De pronto, a mi espalda, se levanta un vocerío de considerable potencia y escasa vocalización (por un momento pensé que eran alumnos míos) que saluda a los de la camiseta. Miro disimuladamente hacia atrás y veo que son otros fans de los Héroes que, al reconocer a otros individuos de su manada, en lugar de acercarse y olerse los culos mutuamente (que queda muy feo esto en público, pero no otras cosas que voy a contar), deciden saludarse con gritos propios de un troglodita en celo.

"Mira tú qué gracia. Qué majos", pensé. Pero no tardé mucho en cambiar de idea. Se ve que los del grupo de detrás llevaban la misma dirección que yo. Nos detuvimos en un semáforo y pude oír su conversación. Por el acento, noté que eran de más arriba del Despeñaperros.

-¡Uy, fíjate!
-¿Qué?
-¡El semáforo! ¡Que tiene a un tío corriendo!
-¡Uy, qué bueno, macho!
-Desde luego, qué cosas tienen estos sevillanos. Esto de poner un tío corriendo en los semáforos, sólo se les puede ocurrir a ellos.

¿? Sigo:

-¿Qué paza?
-¡A mí no me paza ná!
-Illo, ¿tú tiene idea aonde vamo?
Descojone general.
Un pelo me faltó para volverme y decirles que en Sevilla no se habla así y que deberían tener un poco más de educación y no ir berreando cosas por la calle que podían molestar a los viandantes. Porque esos cuatro tíos, talluditos ya todos ellos, se dedicaron a reírse de cuanto veían y a "hablar andaluz", según ellos, claro.

Hasta los mismísimos estoy de que se asocie a Sevilla, a Andalucía, con hablar mal, gritar mucho, ser ordinario y trabajar poco. Y que cualquier cosa que hagamos o digamos haga gracia. Porque sí. Como cuando sales de Andalucía, te preguntan de dónde eres y cuando se lo dices , la respuesta, en el 99%de los casos es: "Cuéntame un chiste". O : "¿Sabes bailar sevillanas?" (el otro 1%).

Pues aquí hay una sevillana sin gracia para los chistes y a la que las sevillanas le importan un pito.

¡Hombreya!

jueves, 18 de octubre de 2007

Cosas que echo de menos

"-A ver, venga, sigo dictando la definición de oración...
(Entra el coro a grito pelao y simultáneamente, por supuesto):
-¡Espérateeee!
-¡Avíateee!
-¡Que yo no he terminao de copiar, maestra!
-¡Vaya tela!
-¡Pues yo no hago ná!
Resoplidos varios, muecas de disgusto y ruido de bolis, lápices o lo que se tercie estampados contra la mesa (por suerte)."

Diario de clase, 17 y 18 de octubre 2007

"El texto explicativo es aquel que... (parrafada que les importa tres carajos).
(Solista de turno, también a grito pelao):

-¡Martaaaaa! ¡Pásame el boli azul!
Marta, tres filas más adelante, le tira el boli al interfecto con una fuerza directamente proporcional a la longitud del rabillo de su ojo. Vamos, con una fuerza de cagarse".

Todos los días así. Da igual que una les diga un millón de veces que las cosas se piden por favor, y que no hace falta gritar. Y que no pueden hablarme como les hablan a sus colegas. Pero ¿tanto cuesta pedir las cosas por favor?

Llevo dos días que voy arrastrando el alma en los pies.

Por cierto, Pani, un beso y muchísimas gracias por tu "Breva de plata". Quiero un dibujo (u algo) para colgarlo en el blog. Aunque no tenga mucha idea de cómo hacerlo.

domingo, 7 de octubre de 2007

Si no tienes nada agradable que decir...

mejor te callas, canalla. Reproduzco una conversación con una "compañera de trabajo":
-¡Hola, Suntzu (lo de Suntzu, evidentemente, es mío)! ¿Cómo estás?
-Bien, V., bien. Viendo mejor cada día.
-¡Qué bien! Cómo me alegro... Y por lo de los ojos hundidos, no te preocupes, que eso se pasa. Mira, yo tenía un amigo que tenía los ojos así, comidos, como tú, pero le duró un par de meses. Así que tú no te preocupes, que ya verás como tienes los ojos mucho mejor dentro de unos meses...
Y ella siguíó hablando, mientras yo pensaba: " ¿De verdad piensa que me ha hecho un comentario agradable?" Y encima creerá que me anima y todo...
Menos mal que solo hablo con ella dos veces a lo sumo en todo el curso.

jueves, 2 de agosto de 2007

Chapa y pintura

Hay que ver que voy diciendo por ahí que voy a contar determinadas cosas y luego, se me olvida. Hace unos días, leí en el blog de Tanhäuser una experiencia que tuvo él en la peluquería (echadle un vistazo, porque es muy bueno), y caí en la cuenta de que no he contado nada del acontecimiento del año, por lo menos en mi familia: la boda de mi hermano.

Justo cuando mi blog cumplía un añito, mi hermano daba el sí quiero. O eso creo, porque no me enteré de nada (y eso que estaba en segunda fila). Pero vamos a contar las cosas desde el principio. Ya os comenté que estaba un poco estresada porque no había encontrado los zapatos que necesitaba. Al final, el día de la boda lo tenía todo, menos dos cosas:

a)Ganas de ir a la boda (por razones que no vienen al caso).
b)El trabajito de chapa y pintura necesario para estos eventos (en mi caso, no es necesario... Es vital).

Reunidas las primeras, me fui con mi cuñada (la que se casaba no, la otra que tengo) a buscar peluquería. El mismo día de la boda. Que luego la gente va y me dice que si estoy loca, que cómo no pido cita... Supongo que como sólo paso por estas cosas bajo amenaza de tortura, no se cómo funciona todo. El caso es que tuvimos suerte (o eso creí yo) y encontramos una en la que nos podían atender.
Ahora es cuando aprovecho para quejarme de lo mal repartido que está el mundo. Mi cuñada es guapísima y tiene un pedazo de melena preciosa. Vamos, que con cualquier cosita que le hagan, queda genial. Pero una... Lo de la menda es distinto. Conociéndome como me conozco, no sé cómo no voy a los sitios (y más a una peluquería el día de la boda de mi hermano) con un manual de instrucciones y con las ideas muy, muy claritas.

Pues me siento, me quito mis gafas (ya me queda poco, el mes que viene me opero, jaja) y la peluquera (perdón, estilista) me hace LA PREGUNTA: "Bueno, ¿y tú qué tienes pensado?". Resulta curioso que con la cantidad de respuestas que tengo para todo (según mi madre), es hacerme esa pregunta y desciendo al nivel Gump, Forest Gump. Abro mucho los ojos, ladeo la cabeza ligeramente hacia la derecha, aprieto los labios y encojo los hombros mientras un sentimiento de culpabilidad infinita me invade por ser tan torpe y pasar tantísimo de mi aspecto físico, hasta tal punto, que me la chufla el peinado. Justo antes de empezar a hacer pompitas con mis babas, logro balbucear:

-Pues... No sé.

En mi defensa, diré que tengo el pelo en ese asqueroso momento en el que no está ni corto, ni largo. No está lo suficientemente corto como para echarme gomina o cualquier cosilla y que me aguante todo el sarao, ni lo bastante largo para hacerme un recogido "eshpectaculá".

La estilista (perdón, asesora de imagen), me dice:
-Bueno... Pues, ¿te parece que le demos un poco de movimiento?
Y una, que no tiene personalidad para según qué cosas, va y contesta:
-Vale.
Consejo: no deis nunca la razón a tontas y a locas. Sobre todo, si se la dais a alguien de quien depende vuestro aspecto físico en un evento semejante. Para colmo no veo un pijo sin las gafas y no me las puedo poner hasta el final, lo que en estos casos, es muy, muy peligroso.
Cuando me pongo las gafas, me veo, más o menos, así:

Sólo que con más volumen todavía por arriba y con las puntas del todo hacia fuera. Y lo mío no se arreglaba con un meneíllo del bigotillo. Lo peor fue que cuando me volví a mi derecha para ver a mi cuñada, que estaba en la otra punta de la peluquería, justo a mi lado había una señora de unos 60 años...¡con mi mismo peinado! Casi lloro. En serio. Me levanté , pagué el "trabajito" y le dije a mi cuñada: "Te espero en el Corte Inglés", que estaba justo enfrente. Desesperada, me fui a la peluquería del Corte Inglés, pero me daban cita para cerca de las dos y yo tenía mucha prisa. Así que decidí que ya me haría yo lo que me diera la gana en casa y que tocaba comprarme algunas pinturillas.

Estando en esas, buscando una buena base de maquillaje, una chica muy amable del stand de Bobbi Brown (perdón por la cuña publicitaria, pero está totalmente justificada como veréis) me dijo que ellos tenían una base buenísima y, que si quería, la podía probar. La chica me echó base solo en una mitad de la cara y la verdad es que se notaba la diferencia. El caso es que yo, que siempre me he reído un poco (bueno, mucho) para mis adentros de todos los que se sientan allí delante de todo quisque a maquillarse, estaba allí, en la sillita, un sábado por la mañana con el Corte Inglés a tope. Pero es que la desesperación es mu mala. Y yo estaba muy desesperada.

En esto que me llama mi cuñada, que había salido de la pelu.

-Niña, vente a la sección del maquillaje, que estoy aquí.

La dependienta me mira y me dice:

-¿Tú tienes una fiesta o algo hoy?

-Sí- no me atreví a preguntarle cómo se había dado cuenta. Era evidente que el peinado en plan escupidera invertida que llevaba en la cabeza le había dado alguna pista.

-Si quieres, te maquillo.

Cuatro palabras que me sonaron a gloria bendita. Porque como una se pinta tres veces al año, tampoco es que tenga mucha práctica y para estas cosas, es necesaria.

Total, que cuando quise darme cuenta, estaba allí siendo maquillada delante de un montón de desconocidos. Y de mi cuñada, que me conoce, sabe cómo soy y por eso mismo estaba medio desconojada de la risa. Pero salieron dos cosas buenas de todo esto:

1.Le hice una buena compra a Belén (que así se llamaba mi salvadora).

2.Fui monísima de la muerte al bodorrio.

miércoles, 25 de julio de 2007

Sueños de un conductor (II)

Si es que lo sabía... Qué torpe soy, leches. Anda, leed primero la que está justo debajo de esta.




Me toca hablar ahora de mis exámenes de conducir.

El primero me fue estupendo hasta que me dijo el señor: "Gire usted a la izquierda". Y yo, toda ufana, me fui al carril de la izquierda para hacer mejor el giro. "Pare". Yo, obediente, me paro.
-¿Qué pasa?-pregunto.
-¿No ve nada raro, señorita?

Me cago en la asquerosa costumbre que tienen algunos de contestarte una pregunta con otra pregunta. Y más en esas circunstancias. ¿Pero cómo quiere usted, señor examinador, que vea nada si estoy atacá de los nervios? Porque,¿qué contestas a eso? Analicemos la situación: es más que evidente que las has cagado en algo, con lo cual, ya has quedado como una imbécil. Pero es que si contestas y tampoco es la respuesta correcta, sales de la categoría de "imbécil" para entrar en la de "jilipollas". Y de ahí no se sale tan fácilmente, no...

Total, que no contesté.
-La señal, mujer, la señal.

Miro la señal. Metálica, cuadrada, gris. Sigo sin caer.
-¡Que está al revés, chiquilla! ¡Que te has metido en dirección contraria!

¡Aaaaaaaaahhhhhhhh! Por eso era gris. He de decir, en mi defensa, que no suelo tener estos momentos-cuajo (o Kodak, ¿no Mrs G?) muy a menudo, pero resulta que me vienen así, cuando menos me los espero. Y cuando más inoportunos resultan.

Segundo examen: el curso terminando y yo, a punto de venirme a Sevilla. Tras suplicar a mi profe que me diera una oportunidad más para examinarme, finalmente, me dice: "Nena (no lo soporto), vente el miércoles". Me presento el miércoles y veo que soy la única que se examina. Le pregunto a mi profe el porqué.

-Pues verás, nena (¡aaaarrggghh!), he hablado con un examinador que es amigo mío y le he explicado tu situación y como un favor personal, como un favor personal, ¿eh? (ahí, remarcándolo) me ha dicho que se iba a levantar antes hoy y te iba a examinar. Pero esto es algo que no ha hecho nunca, que le cuesta un esfuerzo y que lo ha hecho por mí. Así que, ya sabes.

Y se quedó tan pancha, la tía.

Vamos a ver: ¿cómo se le puede decir eso a alguien que está a punto de examinarse? ¿Cómo? ¿Cómo? Porque eso, traducido a román paladino viene a ser algo así: "Hoy, como un favor personal, he conseguido que venga a examinarte un tío medio somnoliento y cabreado que estará deseando suspenderte para volver a su piltra calentita". ¡Tócatelos!

Bueno, pues tras el discursito, hete tú aquí, que mi pierna izquierda cobró vida. Así, de repente. Solo que en vez de cobrar vida en plan "levántate y anda" fue más bien "arrúgate y tiembla". No podía controlarla. Temblaba cuando vi llegar al examinador, temblaba cuando arranqué, temblaba cuando me dijo que hiciera un cambio de sentido y cambié de dirección y cuando me dijo que aparcara y me tragué el bordillo como tres veces. La profesora me miraba alucinada, pero daba igual. Fue un desastre, porque a ver cómo conduces sin poder controlar el embrague. Humillante, de verdad.

Y con mi autoestima en los bordillos de Granada y en el embrague de aquel coche, me vine para Sevilla.

Tercer examen: mi profe (al final di con el Obi Wan que necesitaba) nos deja para el final a una compañera y a mí. Cuando vuelven los otros cuatro que se examinaban ese día, vemos que el examinador se los ha cargado a todos. Qué bien. Qué alegría, qué alborozo, otro suspenso a la vista.

Me monto en el coche esperando encontrarme al mayor cabrón del mundo mundial y me encuentro a un hombre que es todo comprensión y ternura (cosa que me mosqueó bastante) y que dedica cinco minutos a tranquilizarme y a fomentar mi autoestima. "Haz lo que sabes hacer. No te preocupes. Es normal que te confundas con las marchas. No pasa nada si, de pronto, vas a meter segunda y metes cuarta...".

"Este tío me ha visto cara de subnormal" pensé. "¿Quién va a ser tan torpe como para meter cuarta en vez de segunda?". Sí, sí...Tres veces, tres, metí cuarta en vez de segunda. ¡Si es que hay cosas que no hay que mentar, hombre! No me había pasado nunca, jamás, y de pronto, la segunda marcha había desaparecido y yo, venga a meter cuartas. Me quería morir. Para colmo, me dice que aparque en un pedazo de avenida y yo, venga a dejar pasar huecos. El hombre, viendo que la avenida se acababa y yo no me decidía, me señaló amablemente (en plan voz del GPS) que la avenida estaba próxima a expirar y yo seguía en plan tó tieso. "Es que todos los sitios me parecen pequeños". Y ante el mohín que le vi hacer por el retrovisor, me animé (total, ¿qué tenía que perder?). "Y que conste que no es por no aparcar, de verdad, porque se me da muy bien, ¿a que sí?".

Ricardo, mi profe, me miraba como diciendo "Y esta, ¿qué se ha fumao hoy?". Pero funcionó, porque logré arrancarle una sonrisa al examinador. Y mira tú por dónde, mientras yo me recreaba en la sonrisa del hombre del cual dependía mi futuro, un paso de cebra (que no veo) y dos viejas que cruzan a las que alcanzo a ver por el rabillo del ojo (del mío, que las señoras no llevaban). ¿Resultado? Frenazo.

"Pare usted a la derecha, por favor".

Paro. Espero el hachazo en la espalda.

"Espero no tener que arrepentirme de haberla aprobado".

¿?

Sueños de un conductor

Mi amiga Unaexcusa ha publicado en su blog el triste suceso de cómo la ha cagado en su examen práctico de conducir. De pronto, me he visto sufriendo, en Graná, casi cuatro años atrás. Y un sentimiento de solidaridad me ha embargado y... Aquí está mi historia.



Como ya sabéis (y si no, pues lo cuento otra vez) me dieron mi primer destino en Granada. Todo precioso, todo perfecto, tren parriba y tren pabajo hasta que se me iluminó la bombillita y decidí que era hora de sacarme el carné. Total, que me busqué una autoescuela. Y como una es muy floja, muy floja, no miré mucho y me fui a la que tenía al ladito de casa. ¿Pa qué, Dios mío? ¿Pa qué? ¿En qué malísima hora se me ocurrió a mí? Desde el primer día, supe que no me iba a llevar bien con la mujer que me daba las clases. Era la mar de campechana, vamos, de estas que enseguida te tratan como si fueras su prima hermana. Y a mí (que soy muy petarda así, de primeras), eso me molesta. El teórico lo saqué sin problemas, pero el práctico, señores... Lo del práctico fue otra cosa.



Resumo mis 57 clases (sí, sí, 57, cinco, siete) con dos palabras: una tortura. Y vosotros diréis, con toda razón, que qué torpe. Pues sí, lo soy. Odiaba conducir y me daba miedo. No, pavor. Y encima me llevaba la señora (mi profesora) en los meses primaverales (incluyendo junio) a las 4 de la tarde, con un solano de morirse y con el Clio sin aire. "Con lo que entra por la ventana nos apañamos, ¿a que sí?". Pues no, hija, pues no. Porque al calor que desprendía la Plaza del Triunfo (que era donde cogía el coche) había que sumar el calorcito que desprendía el asiento del vehículo (ella venía conduciendo desde un pueblo cercano cuyo nombre no recuerdo) y los efluvios sudorosos que emanaban de mi cuerpecillo serrano cada vez que me ponía al volante.


Y esas calles... Que muy bonitas y muy poéticas para pasear, para Lorca... Pero joder, qué malas son para conducir. A mi angustia vital, se sumaba la escasa guía espiritual que me proporcionaba mi profe. Yo necesitaba una luz, un maestro que resolviera mis dudas de joven padawan de la conducción. Pero noooo... Yo necesitaba a Obi-Wan y di con La Veneno. Ella, ante cualquier duda, me respondía siempre (y cuando digo siempre, es SIEMPRE): "Siente la circulación, chiquilla, siéntela" y hacía aspavientos en el coche, meneando sus manos como Lola Flores. Y yo, lo único que sentía era no tener una pistola a mano para acabar con mi sufrimiento... Es decir, con ella.


Como muestra, un botón. Un día íbamos por una calle casi vacía (¿quién sale a las 4 con el calor?). A lo lejos, un señor con bolsas. Bueno, pues dio la puñetera casualidad de que era un amigo suyo. Había que verla sacar medio cuerpo fuera de la ventanilla y llamar a grito pelado al señor. Para colmo, semáforo que se pone en rojo. Y allí estaban los dos, pegándose voces. Que yo me preguntaba por qué el señor no se acercaba con sus bolsas al coche y dejaban de gritar los dos. Semáforo que se pone en verde. Tímidamente, empiezo a acelerar. El señor empieza a apretar el paso y siguen hablando. Como no me dice nada, yo, sigo acelerando. Y ahí lo teníamos: escena de estación de tren. El señor medio corriendo con las bolsas (estaba mayor y no daba para mucho, el pobre) y mi profe, con el cuerpo entero ya fuera del coche, mandando recuerdos para la señora del señor.

¿Cómo iba a aprender nada así? Si me daba más miedo ella que el coche...

Bueno, si os quedan ganas de seguir leyendo, en el siguiente post hablo de los exámenes (a estas alturas es evidente que fueron varios, ¿no?)prácticos. Que luego digo que no me gustan los posts largos. Si es que no se puede hablar...

domingo, 10 de junio de 2007

No sin mi niño

Leyendo el blog de Unaexcusa he recordado un episodio de lo más surrealista que he vivido en mis escasos cinco años como docente.

Me ocurrió en mi primer destino-sustitución, en Granada. Estábamos ya en el mes de junio y un grupo de alumnos de primero de Bachillerato (equivalente a nuestro antiguo 3º de BUP) estaba haciendo uno de los exámenes finales de Literatura. Llevaba todo el año avisándoles del peligro de hacerse chuletas. Una es realista y sabe que ellos las van a hacer, porque es su misión intentarlo; la mía es pillarlos. Aunque he de reconocer que soy pésima en la tarea. Pero es que hay veces en que te lo ponen a huevo.


Se acerca un alumno que no había aprobado ni el recreo en todo el curso a preguntarme una duda. Me enseña el examen y veo, en su mano izquierda (con la que sostenía el examen) unas letras pintadas (¡hay que ser simple!). Le pido amablemente que me enseñe la mano, y cuando veo los nombres de tres autores y tres obras del Siglo de Oro escritos, le quito automáticamente el examen y le pido que siente y se dé por suspendido.

Al día siguiente, en un cambio de clase, viene a buscarme la Jefa de Estudios diciéndome que vaya urgentemente a su despacho. Me imaginé que sería algo relacionado con la profesora a la que yo estaba sustituyendo. Pero cuando me veía a mí misma preparando de nuevo las maletas y esperando que me llamasen de otro centro situado a tomar por saco de mi casa, abro la puerta del despacho y me encuentro a una señora de unos 50 años y a una chica de 20 sentadas frente a la Jefa y con cara de muy pocos amigos.

La señora me mira de arriba abajo y le espeta a la Jefa:
-¿Es ésta?

-Sí, esta es la profesora de Lengua de Jonathan (apunto: no le pongáis este nombre jamás a un hijo vuestro; lo marca de por vida).

Me presento, les doy los buenos días. La señora saca un paquete de Kleenex del bolso y empieza a llorar, entre convulsiones e intenta decirme algo que, entre los sollozos, no entiendo. La hija (hermana de mi alumno) traducía:

-A ver, mi hermano llegó a ayer a casa hecho una furia. Yo no sé si usted lo sabe, pero tiene un desequilibrio psicológico (sollozos y palabras ininteligibles de la madre). Sí, mama, ya voy. Es de familia, mi madre también está muy delicada de los nervios (más sollozos maternos). El caso es que se puso a darle patadas a las puertas y tiró todo lo que había encima del mueble del salón. Cuando logramos calmarlo, nos dijo que usted lo había suspendido sin darle oportunidad de explicarse.

-Bueno, la profesora hizo lo que tenía que hacer -intervino mi Jefa, apoyándome (cosa bastante extraña, no en ella, sino en algunos directivos).

Yo intenté decir algo:

-No sé si Jonathan les ha dicho el motivo de que le quitara el examen. Verán, es que vino a hacerme una pregunta y tenía...

-Una chuleta en la mano- concluyó la madre que había recuperado milagrosamente la capacidad de vocalizar.

-Sí-respondí desconcertada. Si la madre sabía que tenía una chuleta, ¿cómo podía venir a montar semejante espectáculo al centro?

-No, si yo eso lo sé, porque mire si mi Jonathan tendrá poca maldad, el chiquillo, que me la enseñó y todo. Y ahora le voy a preguntar algo. ¿Sabe usted lo que tenía apuntado en la chuleta?

-Sí.

-A ver, ¿me lo dice?

Extrañada, empiezo a enumerar los autores y las obras que "el niño sin maldad" tenía apuntados en la mano. Mientras hago esto, veo que la señora echa mano del bolso y saca una libretita roja que mira mientras termino de reproducir de memoria la chuleta.

-Efectivamente. Eso es lo que ponía.

En ese momento, mi mente dejó de habitar las coordenadas espacio-temporales de los mortales. Estaba intentando asimilar el hecho de que esa señora hubiese apuntado en una libretita lo que su hijo llevaba copiado en la mano. La cara de estupefacción de la Jefa tampoco tenía desperdicio y eso que ella estaba muchísimo más curtida que yo en esas lides.

Pero lo mejor estaba por llegar.

-A ver-continúa la madre- ¿usted le preguntó alguna de estas tres cosas en el examen?

-No-contesté.

-¡Pues entonces! ¡A ver dónde está el problema! Porque el chiquillo sí es cierto que se hizo la chuleta, pero no le valió de nada, porque usted no le preguntó por nada de lo que llevaba apuntado ...

Yo, ahí, me perdí. Intentaba seguir el razonamiento de la señora, según el cual, aunque el niño llevaba una chuleta escrita, como había apuntado cosas por las que no le había preguntado en el examen, yo no tenía derecho a castigarlo, aunque lo hubiese pillado.

De fondo, oía a la señora hecha un basilisco diciendo que yo lo que quería era "hacer daño" a su hijo, que no entendía "cómo se le podía destrozar así la vida a alguien" y que había sido "muy mala" con su retoño. Que lo que tenía que haber hecho cuando le pesqué, era haberle dejado que se fuera al lavabo a lavarse las manos. Y que claro, como yo no tenía hijos era una especie de desalmada. Como si el parir a semejante elemento fuese un mérito o la hiciera mejor persona que yo.

Como la cosa iba subiendo de tono, la Jefa "invitó" a la madre y a la hija a que se fueran del despacho. Y allí que se fueron las dos echándome unas miradas que no olvidaré, la verdad.

Para que luego digan...

sábado, 26 de mayo de 2007

De "potorros" y "partimientos"

"-¡Niña, que dejes ya de darle al porro y entres en clase, que está aquí la maestra!
-¿El porro? ¿El porro? ¡Pues cómeme el potorro!
-¡ Vete a comerle el potorro a una negra!
-¿Yo? A mí no me gustan los potorros...
-¡Anda que no! Si lo sabe tó el pueblo...."

Y así hasta el infinito...Y más allá.

(Diario de clase. Un día cualquiera. Más bien todos).


La de cosas interesantes que estoy aprendiendo este año.

Una de las experiencias más interesantes que he tenido fue una charla con una alumna de mi grupo de pandoros. Digamos que se llama Elena (que no) y que decidió quedarse un día charlando conmigo en clase mientras el resto de sus compañeros jugaba en el polideportivo durante la clase de Educación Física (Gimnasia en mis tiempos, pero bueno, la gente está muy susceptible con estas cosas hoy en día).

El caso es que estábamos hablando. En realidad, era ella la que me estaba contando toda su vida, que, francamente, no tenía desperdicio por lo truculenta que era. A veces te preguntas cómo le pueden pasar tantas cosas y tan malas a alguien con 15 años. De repente, empieza a hablarme de que tiene novio, que se llama (inserten ustedes aquí cualquier nombre de varón perteneciente al Antiguo Testamento, que valdrá). Ella lleva un año y pico saliendo y enfadándose y volviendo a salir con él. Una semana han cortado y a la siguiente, está bordando sus iniciales en un paño en el que pone en práctica su destreza con el punto de cruz, que también he tenido que dar un par de clases de eso. Vamos, mis niñas (sí, sí, las de los potorros), con agujas. Qué valor.

Me voy por las ramas. Al grano.

Elena me dice:
-Pues yo hace ya un año que estoy partía, maestra.
(Cara de no entender nada).
-Sí, que el (nombre bíblico) me partió hace un año. Yo ya se lo comenté a mi madre, y ella me dijo que yo hiciera lo que quisiera, pero que tuviera en cuenta que, el chaval que me partiera, con ese, me tenía que quedar ya para siempre. Así que estoy haciendo el ajuar.

No me costó mucho deducir el significado de "partir".

Lo que sí me costó fue entender el resto.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Yo no soy la Pfeiffer


"-Pues mi madre, con 28 años, ya nos tenía a los cuatro.
-Claro. Es que tu madre se hartaba de follar."

(Diario de clase, a 21 de mayo de 2007)


Hace un par de posts, hablé de mis "pandoros". Y Unaexcusa me preguntó quiénes eran. Entonces le di una contestación más bien breve, en los comentarios. Ahora que ya veo la luz al final del túnel, creo que estoy lista para hablar de ellos con algo más de perspectiva.
Los "pandoros" son un grupo de veinte chicos (bueno, ya quedan 15) que, prácticamente, estaban desahuciados del sistema educativo. No voy a emplear sus nombres verdaderos porque son menores y porque nunca se sabe quién puede leer esto.

El caso es que, llena de buenas intenciones, comencé el curso preparada para emplear nuevas estrategias pedagógicas (de las que no soy nada partidaria, que conste). Y lo que me encontré fue lo siguiente: un grupo de veinte salvajes que se dedicó a insultarme durante toda la hora, a gritar, a salir y entrar de la clase cuando ellos querían, subirse a las mesas, pegarse entre ellos... En fin, todo lo que pueda decir aquí se queda corto, de verdad. Salí hecha polvo, pero eso no fue nada. Lo bueno empezó cuando vi que pasaban los días y la cosa no mejoraba ni un ápice.
Cuando fui a exponer mis problemas a algunos de mis compañeros, tuve que aguantar comentarios del tipo: "Es que claro, al ser mujer y con tu aspecto..., claro, te han tomado por sopa" (orientadora del centro dixit. ¡Tócatelos!).

Aclaro: tengo 31 años, soy rubia y un retaquito de 1,50 m. Sé que no aparento la edad que tengo (aunque ya empiezan a llamarme "señora"), ni impongo ningún tipo de respeto o autoridad a simple vista. Pero vamos, que un compañero te salga con esas... Tiene guasa.

Ese día salí hecha polvo de la reunión. Estoy acostumbrada a que los alumnos, dentro de sus capacidades, me puteen. Es lógico, ellos son ellos y tú vas allí a intentar que piensen y se esfuercen y claro, eso no les gusta. A eso me he acostumbrado y nada de lo que puedan hacer o decir me afecta (y tienen mucha inventiva, creedme). Pero que tus mismos compañeros te claven el cuchillo, duele.
Por suerte, también tuve gente que me apoyó: mis compis de coche, Isabel (tutora de los angelitos) y Javier (que también los sufre 8 horas a la semana, como yo).
El grupito está formado por niños con problemas de abusos, de malas relaciones con los padres, muy baja autoestima... Vamos, como suele decir uno de mis compis, en plan "Mentes Peligrosas". Pero yo estoy a años-luz de ser la Pfeiffer y esa peli está a siglos-luz de reflejar nada mínimamente real.

Uno de mis alumnos (El Pati) tenía la costumbre de tirar las sillas, la mesa, o lo que se terciase a sus compañeros. Era así: alguien le decía algo y él perdía la noción de la realidad. Se levantaba, cogía algo y lo tiraba. Sin mirar qué ni a quién. Luego se iba por la puerta dando una patada y cagándose en la madre que parió a todo el mundo.

Pero hace dos días ocurrió lo siguiente: comentando las edades que tenían los padres de cada uno de ellos, una de las alumnas (tienen entre 15 y 17 años) dijo que su padre tenía 50 años. Se extrañaron todos y este alumno, "El Pati", dijo: "Pues mi madre, con 28 años, ya nos tenía a los cuatro". Respuesta de otro de mis pandoros, con muy mala leche: "Claro, es que tu madre se hartaba de follar". Yo pensé: "Ya está. Hoy es el día en el que El Pati le abre la cabeza a alguien con el portátil. Y en mi clase (suena egoísta, pero soy así)". Pero hete tú aquí, que el chaval se vuelve y le dice: "Quillo, cabrón. Como te vuelvas a meter con mi madre, te parto la cara". Y sigue trabajando.

Para que luego digan que los milagros no existen.

Eso sí, mucha valoración de los comportamientos actitudinales (sin duda es un avance que yo haya llegado viva a estas alturas de curso y sin darme de baja por depresión), pero de Lengua, nada.

Ayyyyyy...

viernes, 16 de febrero de 2007

Un rayo de esperanza


El otro día, por San Valentín, se me ocurrió hacer un cuadernillo con poemas de amor contemporáneos y dárselo a mis alumnos de primero de la E.S.O. para leerlo en clase. Les pregunté unos días antes qué les parecía la idea (no iba a tirarme a la piscina sin saber si tenía agua) y me dijeron que bien, aunque no con demasiado convencimiento. Les pedí que trajeran poemas de amor de su casa. Subrayé lo de "de amor" y "de autores conocidos" porque no quería que salieran a la pizarra a leer perlas del tipo "te conocí a las cinco/ y por el culo te la hinco" (con h aspirada, por supuesto). Así que, con algo de miedo en el cuerpo, los emplacé a que me trajeran poemas de su casa para el día siguiente.


Y cuál no sería mi sorpresa al llegar el 14-F y descubrir, emocionada, que no sólo (pongo la tilde porque me da la gana, la echo de menos) habían traído poemas de Alberti y Bécquer, sino que algunos se habían animado y habían compuesto sus primeros versos. Participaron, leímos poemas, discutimos su significado y, cosa asombrosa, la mayoría de los que salieron a la pizarra a leer, fueron chicos. La verdad es que no me lo podía creer. De hecho, tengo pendiente con ellos otra sesión de poesía, porque les encantó.


Y es que de vez en cuando una tiene uno de esos días en los que merece la pena dedicarse a esto de domar fieras.


Menos mal.

sábado, 10 de febrero de 2007

Lo políticamente correcto

No puedo. Tengo que leer en clase con los chicos un libro llamado Abdel y no puedo con la vida. Las aulas se están llenando de obrillas de poca monta, generalmente mal escritas, pero que se venden como churros porque tocan alguna cuestión de moda dentro de la corriente progre generalizada. ¿Se puede saber qué se ha hecho de La isla del tesoro o de Viaje al centro de la tierra? Por favor..., esos libros te llevaban a otros mundos, fomentaban el aspecto más lúdico de la lectura. Ahora no: si la historia no va con moraleja, no vale.
Reivindico desde aquí el derecho a leer por diversión y os animo a que hagamos una lista con los libros de aventuras con los que recorrimos el mundo en nuestros años mozos.

Los míos: La isla del tesoro, La historia interminable, Las tribulaciones de un chino en China (de Julio Verne). Por decir tres.