jueves, 2 de agosto de 2007

Chapa y pintura

Hay que ver que voy diciendo por ahí que voy a contar determinadas cosas y luego, se me olvida. Hace unos días, leí en el blog de Tanhäuser una experiencia que tuvo él en la peluquería (echadle un vistazo, porque es muy bueno), y caí en la cuenta de que no he contado nada del acontecimiento del año, por lo menos en mi familia: la boda de mi hermano.

Justo cuando mi blog cumplía un añito, mi hermano daba el sí quiero. O eso creo, porque no me enteré de nada (y eso que estaba en segunda fila). Pero vamos a contar las cosas desde el principio. Ya os comenté que estaba un poco estresada porque no había encontrado los zapatos que necesitaba. Al final, el día de la boda lo tenía todo, menos dos cosas:

a)Ganas de ir a la boda (por razones que no vienen al caso).
b)El trabajito de chapa y pintura necesario para estos eventos (en mi caso, no es necesario... Es vital).

Reunidas las primeras, me fui con mi cuñada (la que se casaba no, la otra que tengo) a buscar peluquería. El mismo día de la boda. Que luego la gente va y me dice que si estoy loca, que cómo no pido cita... Supongo que como sólo paso por estas cosas bajo amenaza de tortura, no se cómo funciona todo. El caso es que tuvimos suerte (o eso creí yo) y encontramos una en la que nos podían atender.
Ahora es cuando aprovecho para quejarme de lo mal repartido que está el mundo. Mi cuñada es guapísima y tiene un pedazo de melena preciosa. Vamos, que con cualquier cosita que le hagan, queda genial. Pero una... Lo de la menda es distinto. Conociéndome como me conozco, no sé cómo no voy a los sitios (y más a una peluquería el día de la boda de mi hermano) con un manual de instrucciones y con las ideas muy, muy claritas.

Pues me siento, me quito mis gafas (ya me queda poco, el mes que viene me opero, jaja) y la peluquera (perdón, estilista) me hace LA PREGUNTA: "Bueno, ¿y tú qué tienes pensado?". Resulta curioso que con la cantidad de respuestas que tengo para todo (según mi madre), es hacerme esa pregunta y desciendo al nivel Gump, Forest Gump. Abro mucho los ojos, ladeo la cabeza ligeramente hacia la derecha, aprieto los labios y encojo los hombros mientras un sentimiento de culpabilidad infinita me invade por ser tan torpe y pasar tantísimo de mi aspecto físico, hasta tal punto, que me la chufla el peinado. Justo antes de empezar a hacer pompitas con mis babas, logro balbucear:

-Pues... No sé.

En mi defensa, diré que tengo el pelo en ese asqueroso momento en el que no está ni corto, ni largo. No está lo suficientemente corto como para echarme gomina o cualquier cosilla y que me aguante todo el sarao, ni lo bastante largo para hacerme un recogido "eshpectaculá".

La estilista (perdón, asesora de imagen), me dice:
-Bueno... Pues, ¿te parece que le demos un poco de movimiento?
Y una, que no tiene personalidad para según qué cosas, va y contesta:
-Vale.
Consejo: no deis nunca la razón a tontas y a locas. Sobre todo, si se la dais a alguien de quien depende vuestro aspecto físico en un evento semejante. Para colmo no veo un pijo sin las gafas y no me las puedo poner hasta el final, lo que en estos casos, es muy, muy peligroso.
Cuando me pongo las gafas, me veo, más o menos, así:

Sólo que con más volumen todavía por arriba y con las puntas del todo hacia fuera. Y lo mío no se arreglaba con un meneíllo del bigotillo. Lo peor fue que cuando me volví a mi derecha para ver a mi cuñada, que estaba en la otra punta de la peluquería, justo a mi lado había una señora de unos 60 años...¡con mi mismo peinado! Casi lloro. En serio. Me levanté , pagué el "trabajito" y le dije a mi cuñada: "Te espero en el Corte Inglés", que estaba justo enfrente. Desesperada, me fui a la peluquería del Corte Inglés, pero me daban cita para cerca de las dos y yo tenía mucha prisa. Así que decidí que ya me haría yo lo que me diera la gana en casa y que tocaba comprarme algunas pinturillas.

Estando en esas, buscando una buena base de maquillaje, una chica muy amable del stand de Bobbi Brown (perdón por la cuña publicitaria, pero está totalmente justificada como veréis) me dijo que ellos tenían una base buenísima y, que si quería, la podía probar. La chica me echó base solo en una mitad de la cara y la verdad es que se notaba la diferencia. El caso es que yo, que siempre me he reído un poco (bueno, mucho) para mis adentros de todos los que se sientan allí delante de todo quisque a maquillarse, estaba allí, en la sillita, un sábado por la mañana con el Corte Inglés a tope. Pero es que la desesperación es mu mala. Y yo estaba muy desesperada.

En esto que me llama mi cuñada, que había salido de la pelu.

-Niña, vente a la sección del maquillaje, que estoy aquí.

La dependienta me mira y me dice:

-¿Tú tienes una fiesta o algo hoy?

-Sí- no me atreví a preguntarle cómo se había dado cuenta. Era evidente que el peinado en plan escupidera invertida que llevaba en la cabeza le había dado alguna pista.

-Si quieres, te maquillo.

Cuatro palabras que me sonaron a gloria bendita. Porque como una se pinta tres veces al año, tampoco es que tenga mucha práctica y para estas cosas, es necesaria.

Total, que cuando quise darme cuenta, estaba allí siendo maquillada delante de un montón de desconocidos. Y de mi cuñada, que me conoce, sabe cómo soy y por eso mismo estaba medio desconojada de la risa. Pero salieron dos cosas buenas de todo esto:

1.Le hice una buena compra a Belén (que así se llamaba mi salvadora).

2.Fui monísima de la muerte al bodorrio.