A pesar de lo que Juan Sánchez, “pintor y artista conceptual”, había pensado al principio, aquella señora no había venido a hacerle el amor. Aunque se encontraba completamente desnuda, la distancia a la que se mantenía y su actitud sumamente afectada le dejaban bien claro su propósito.
-Quiero que me pinte usted.
-¿Cómo?
-Que me haga usted un retrato, vamos.
Ahora se explicaba la secuencia de los hechos: la intrusión repentina, la irrupción en su estudio y el strip-tease menos erótico y sugerente al que había asistido en la vida. Porque en aquella señora todo era evidente, rotundo. Como muestra, no había más que mirar la ropa esparcida por el suelo: un vestido amorfo y marrón, un sostén que podía servir de carpa a un circo y una braga-faja que podía emplearse como cama elástica para tres generaciones enteras de acróbatas rusos. Saltando todos a la vez, por supuesto.
“¡Otra que ha visto demasiadas veces Titanic! ¡Cuánto daño nos ha hecho esa película a los pintores de categoría!”. Y era cierto. Desde el estreno de la película, no transcurría un mes sin que pasaran tres o cuatro mujeres por el estudio dispuestas a que las retratase desnudas. Pero claro, las señoras que se plantaban en su casa distaban mucho de ser Kate Winslet. Esta, sin ir más lejos, en vez de tener un pedrusco colgado al cuello, tenía metros y metros de pellejo. Juan no pudo evitar recordar el momento de la matanza en su pueblo. “¡La de kilos de embutido que podrían despacharse con esa papada!”.
-Pagaré lo que sea. ¿Me pongo aquí?
A Juan no le quedaron ganas ni fuerzas para explicarle a la señora que debería haber pedido cita, que no podía atenderla en ese momento. Pero no lo hizo. Más que nada, porque lo único que deseaba era que “aquello” saliera cuanto antes de su estudio, de su casa, de su vida.
Así que cogió su lienzo y sus útiles y se dispuso a retratar a la señora.
-A ver, ¿le importa subir un poco más la cabeza? Póngase así… Levante el brazo por detrás de la cabeza (como si eso fuese a arreglar algo). Así, muy bien. No se mueva.
Pasaron tres horas de indicaciones y poses antes de que Juan dijese:
-Ya está.
La señora, impaciente, se abalanzó sobre el lienzo, deseosa de ver su retrato.
Y lo que vio fue esto:
Fue tanta la indignación que sintió que se quedó allí, inconsciente, desparramando su humanidad sobre el frío parqué.
Juan Sánchez, pintor y artista conceptual, sintió que su arte no había sido comprendido. Una vez más. Y lo que era peor: no sabía qué hacer con la gorda que yacía en el suelo de su estudio.
Foto
Es genial Suntz!
ResponderEliminarOcurrió, ocurre y ocurrirá: el arte no siempre es entendido por la gente burda y zafia.
ResponderEliminar:)
Original y con un fino sentido del humor, Suntzu.
Si es que el arte es tan personal!!!! jajajja!!!!
ResponderEliminarMuy divertido el cuento y la moraleja muy fina!.
Jajajaja qué mala leche el Juan Sánchez. Conceptual y a la yugular jujuju
ResponderEliminar¡Hala! Jajaja
ResponderEliminarQue heavy! me has hecho reir! Ja, ja ja.
ResponderEliminarSaludos Cris
Jajaja, menudo crack el Juan Sánchez... No voy a su estudio ni para darle un recado, que mala leche!!
ResponderEliminarGracias a todos. Si os ha hecho reír, me alegro. Esa era una de mis intenciones.
ResponderEliminarGENIAL!!!
ResponderEliminarJajajajajajaja
Suntzu pero que manera de hacer reír a una que no quiere mas arrugas ;"D
Besitos
Jaja muy bueno!
ResponderEliminarGracias por este buen rato!
Saludos!
xDDDDD Me ha gustado mucho. Muy divertido, a ver si escribes más.
ResponderEliminarFantástico,
ResponderEliminarEL arte conceptual es lo que tiene.
ResponderEliminarPero es que ella se lo había buscado.
O sea que la señora no tenía ni idea de arte conceptual, la pobre.
ResponderEliminarjajajajaja
jejeje
ResponderEliminarQué arte :)
Con lo bonito que es ese botijo.
Je, je, je... Muy bueno. Esto es lo que se deben referir los profesores de Arte cuando hablan de la penetración psicológica y de plasmar el alma del individuo.
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