
Diario de clase. Un día de diciembre de 2008.
-¡Oooooy (así, arrastrando mucho la "o"), maestra! Ese abrigo, ¿de qué es? ¿De pelo de chocho?
Sin comentarios.
De lo mucho que no entiendo de la cosa educativa, en particular, ni de la vida, en general.
Caso 1: La alegre divorciada .
La alumna A llega a mi aula acompañada de su progenitora. Alumna que es incapaz de distinguir un sujeto de un predicado, pero que se hace un rabillo del ojo perfecto con los ojos cerrados. Caso de manual. El diálogo, como sigue:
-Verá, es que a ella le salió muy bien el examen.
-Bueno, si quiere, lo vemos.
-Pues sí, pues sí, porque ella lo estuvo ayer comentando con el padre y vamos, solo tenía dudas en una pregunta.
Resumen somero del contenido del examen de la moza (2º de ESO):
.No sabe decirme en qué persona está narrado un texto.
.No sabe cuáles son los tres géneros literarios principales.
.No analiza un verbo a derechas.
.Deja tres preguntas sin contestar.
.Confunde los sinónimos con los antónimos.
La madre que ve el examen. Y se le cambia la cara, claro.
-¿Esto es lo que has hecho? ¡Qué vergüenza, qué vergüenza!
-Señora, a usted no debería darle vergüenza; debería dársela a ella, y mírela.
Y ahí estaba la alumna A, descojonándose en la cara de su madre ante su ingeniosa definición de novela: "historia expansiva que puede tener final. O no".
Esa era la pregunta en la que tenía dudas. Como si el resto lo hubiese bordado.
Caso 2: Qué penita me doy.
La alumna B ha pasado un curso bastante complicado por causa de una enfermedad. A pesar de las actividades de recuperación que se le han ido poniendo a lo largo del curso a la alumna B le ha quedado la asignatura, simplemente, porque la alumna B le ha echado algo de morro con la excusa de la enfermedad. Y porque, sencillamente, no sabe expresarse y se aturulla y no da pie con bola.
En junio, hablo con la alumna B y, teniendo en cuenta sus circunstancias, le indico cuáles son los principales contenidos y qué tiene que estudiarse para el examen de septiembre.
Llega el examen y la alumna B me deja tres preguntas en blanco, comete tropecientas faltas de ortografía y se hace un lío con casi todas las respuestas. Vamos, que encima que le digo lo que tiene que estudiar, no lo hace. Y yo, ya no puedo hacer más. No obstante, ella insiste y viene con el padre para hacer presión. Al cabo de una hora (de reloj) logro convencer al padre de lo evidente: que un 3,65 no es un cinco, ni aquí ni en Pekín y que no hay de dónde rascar.
Caso 3: La troupe/ Usted no sabe con quién está hablando
Otro alumno de 3º, como la anterior. Sobrino del vicedirector. Viene con la madre, el padre (hablando por el móvil) y los dos hermanos. A mí, que no me achanta nadie, me encanta el mogollón y los recibo a todos con la más educada de mis sonrisas sabiendo ya lo que viene después.
Como siempre, vienen a ver el examen del niño, porque según él “le ha salido muy bien”. Yo creo que mienten a los padres al salir del examen y luego, por no admitir que saben que han hecho una porquería de examen porque no han estudiado, se mantienen firmes en su mentira hasta el final. Yo, que aprecio de veras al alumno, le doy la oportunidad de ahorrarse el ridículo:
-¿Seguro que quieres ver tu examen, C?
El niño se calla. Habla la madre que lo trajo al mundo:
-Sí, sí, claro.
Yo creo que la señora pensó que yo tenía algo que ocultar, pero no era así. Y como yo soy de natural bueno hasta que me vienen con prepotencias y suspicacias, saco el examen que, por no dar muchos detalles, digamos que no llegaba ni al 2 y que albergaba, entre sus perlas, cosas como esta:
“Garzilaso de la Vega era un autor que escribía poemas dramáticos que copió de otro escritor anónimo cuyo nombre desconocía”. ¿?
Caso 4: El fantasma de Canterville/No sin mi hija.
He de reconocer que esto nunca me había pasado. El segundo día de reclamaciones me vino una alumna (con la madre incorporada de serie, por supuesto) a pedirme que la aprobara. Le habían quedado tres asignaturas, entre ellas, la mía e iba a repetir (con dos se pasa, pero 3 es repetición). La madre me suplicó, asegurando que su hija haría todos los trabajos que yo quisiese en 4º, que ella era trabajadora, que no se merecía esto…
Miro mi cuaderno de notas. Miro el montón de exámenes. Lo vuelvo a mirar.
La moza, ni siquiera se había presentado.
A pesar de lo que Juan Sánchez, “pintor y artista conceptual”, había pensado al principio, aquella señora no había venido a hacerle el amor. Aunque se encontraba completamente desnuda, la distancia a la que se mantenía y su actitud sumamente afectada le dejaban bien claro su propósito.
-Quiero que me pinte usted.
-¿Cómo?
-Que me haga usted un retrato, vamos.
Ahora se explicaba la secuencia de los hechos: la intrusión repentina, la irrupción en su estudio y el strip-tease menos erótico y sugerente al que había asistido en la vida. Porque en aquella señora todo era evidente, rotundo. Como muestra, no había más que mirar la ropa esparcida por el suelo: un vestido amorfo y marrón, un sostén que podía servir de carpa a un circo y una braga-faja que podía emplearse como cama elástica para tres generaciones enteras de acróbatas rusos. Saltando todos a la vez, por supuesto.
“¡Otra que ha visto demasiadas veces Titanic! ¡Cuánto daño nos ha hecho esa película a los pintores de categoría!”. Y era cierto. Desde el estreno de la película, no transcurría un mes sin que pasaran tres o cuatro mujeres por el estudio dispuestas a que las retratase desnudas. Pero claro, las señoras que se plantaban en su casa distaban mucho de ser Kate Winslet. Esta, sin ir más lejos, en vez de tener un pedrusco colgado al cuello, tenía metros y metros de pellejo. Juan no pudo evitar recordar el momento de la matanza en su pueblo. “¡La de kilos de embutido que podrían despacharse con esa papada!”.
-Pagaré lo que sea. ¿Me pongo aquí?
A Juan no le quedaron ganas ni fuerzas para explicarle a la señora que debería haber pedido cita, que no podía atenderla en ese momento. Pero no lo hizo. Más que nada, porque lo único que deseaba era que “aquello” saliera cuanto antes de su estudio, de su casa, de su vida.
Así que cogió su lienzo y sus útiles y se dispuso a retratar a la señora.
-A ver, ¿le importa subir un poco más la cabeza? Póngase así… Levante el brazo por detrás de la cabeza (como si eso fuese a arreglar algo). Así, muy bien. No se mueva.
Pasaron tres horas de indicaciones y poses antes de que Juan dijese:
-Ya está.
La señora, impaciente, se abalanzó sobre el lienzo, deseosa de ver su retrato.
Y lo que vio fue esto:
Fue tanta la indignación que sintió que se quedó allí, inconsciente, desparramando su humanidad sobre el frío parqué.
Juan Sánchez, pintor y artista conceptual, sintió que su arte no había sido comprendido. Una vez más. Y lo que era peor: no sabía qué hacer con la gorda que yacía en el suelo de su estudio.
El lunes pasado, me propuse hacer un esfuerzo y darle una oportunidad a la serie que Antena
Bueno, pues la serie colmó y superó mis expectativas. La primera, en la frente. Comenzó el capitulito con la súper model Blanca Romero (anteriormente conocida con el nombre ¿artístico? de “la Perra”) acostándose con un mozuelo que posteriormente -y previsiblemente, todo hay que decirlo- resultó ser un alumno del instituto al que se incorpora. Ahí, enganchando al personal a base de realidad (irreal) y un buen revolcón (perdón, quise decir “guión”).
1) Lee el texto y contesta a las preguntas: (1’2 puntos)
Una lúgubre noche de noviembre vi coronados mis esfuerzos. Con una ansiedad que casi era agonía, reuní a mi alrededor los instrumentos capaces de infundir la chispa vital al ser inerte que yacía ante mí. Era ya la una de la madrugada cuando […] vi abrirse los ojos amarillentos y apagados de la criatura; respiró con dificultad, y un movimiento convulso agitó sus miembros.
[…] Su piel amarillenta apenas cubría la obra de músculos y arterias que quedaba debajo; el cabello era negro, suelto y abundante; los dientes tenían la blancura de la perla; pero estos detalles no hacían sino contrastar espantosamente con unos ojos blancuzcos, una piel acartonada y unos labios estirados y negros.
Yo había trabajado sin descanso durante casi dos años con el único objeto de infundir vida a un cuerpo inanimado. […] Ahora que había terminado […] un intenso horror y repugnancia me invadieron el corazón. Incapaz de soportar el aspecto del ser que había creado, salí precipitadamente de la habitación y estuve paseando por mi dormitorio durante mucho tiempo, sin poder calmar mi espíritu ni dormir.
Inerte: sin vida, muerto.
Mary SHELLEY: Frankenstein (o el moderno Prometeo). Edit: Alianza.
a)Haz un resumen del texto con tus palabras.
O al cursillo, mejor dicho. Hace unos meses, me apunté junto a otros dos compañeros del instituto en el que trabajo a un cursillo para aplicar el cine en las asignaturas de Lengua e Historia. Y en eso estoy las tardes de los lunes y los miércoles. La verdad es que estoy muy contenta con el tema y con el profe, que parece el típico abuelito que te va contando batallitas. Empieza hablando de los distintos tipos de planos y acaba comentando lo que cobró Vivien Leigh por “Lo que el viento se llevó” (por poner un ejemplo).
La que se montó hace un par de días en mi instituto. Tras la conclusión de unas obras de ampliación que han durado más que la construcción de El Escorial, ayer llegó el día en que el cargo de turno vino a inaugurar oficialmente el chiringuito.
-Cutre-placa para conmemorar el acontecimiento. Además, según apuntó un compañero, está torcida.
-Banderitas de Andalucía a gogó.
-Atril para los discursitos. Sí, sí, esos en los que todos se congratulan de lo bien que están las cosas y de la cantidad de dinero que nos da la Administración. (¡Qué buenos son!).
-Altavoces para poner música ambiental. En este caso, el himno de Andalucía.
-Dentro del kit entraban también dos niñas con sendos ramos de flores para recibir a la representante de la susodicha Administración. Como si fuera la reina doña Sofía, vamos.