miércoles, 25 de julio de 2007

Sueños de un conductor (II)

Si es que lo sabía... Qué torpe soy, leches. Anda, leed primero la que está justo debajo de esta.




Me toca hablar ahora de mis exámenes de conducir.

El primero me fue estupendo hasta que me dijo el señor: "Gire usted a la izquierda". Y yo, toda ufana, me fui al carril de la izquierda para hacer mejor el giro. "Pare". Yo, obediente, me paro.
-¿Qué pasa?-pregunto.
-¿No ve nada raro, señorita?

Me cago en la asquerosa costumbre que tienen algunos de contestarte una pregunta con otra pregunta. Y más en esas circunstancias. ¿Pero cómo quiere usted, señor examinador, que vea nada si estoy atacá de los nervios? Porque,¿qué contestas a eso? Analicemos la situación: es más que evidente que las has cagado en algo, con lo cual, ya has quedado como una imbécil. Pero es que si contestas y tampoco es la respuesta correcta, sales de la categoría de "imbécil" para entrar en la de "jilipollas". Y de ahí no se sale tan fácilmente, no...

Total, que no contesté.
-La señal, mujer, la señal.

Miro la señal. Metálica, cuadrada, gris. Sigo sin caer.
-¡Que está al revés, chiquilla! ¡Que te has metido en dirección contraria!

¡Aaaaaaaaahhhhhhhh! Por eso era gris. He de decir, en mi defensa, que no suelo tener estos momentos-cuajo (o Kodak, ¿no Mrs G?) muy a menudo, pero resulta que me vienen así, cuando menos me los espero. Y cuando más inoportunos resultan.

Segundo examen: el curso terminando y yo, a punto de venirme a Sevilla. Tras suplicar a mi profe que me diera una oportunidad más para examinarme, finalmente, me dice: "Nena (no lo soporto), vente el miércoles". Me presento el miércoles y veo que soy la única que se examina. Le pregunto a mi profe el porqué.

-Pues verás, nena (¡aaaarrggghh!), he hablado con un examinador que es amigo mío y le he explicado tu situación y como un favor personal, como un favor personal, ¿eh? (ahí, remarcándolo) me ha dicho que se iba a levantar antes hoy y te iba a examinar. Pero esto es algo que no ha hecho nunca, que le cuesta un esfuerzo y que lo ha hecho por mí. Así que, ya sabes.

Y se quedó tan pancha, la tía.

Vamos a ver: ¿cómo se le puede decir eso a alguien que está a punto de examinarse? ¿Cómo? ¿Cómo? Porque eso, traducido a román paladino viene a ser algo así: "Hoy, como un favor personal, he conseguido que venga a examinarte un tío medio somnoliento y cabreado que estará deseando suspenderte para volver a su piltra calentita". ¡Tócatelos!

Bueno, pues tras el discursito, hete tú aquí, que mi pierna izquierda cobró vida. Así, de repente. Solo que en vez de cobrar vida en plan "levántate y anda" fue más bien "arrúgate y tiembla". No podía controlarla. Temblaba cuando vi llegar al examinador, temblaba cuando arranqué, temblaba cuando me dijo que hiciera un cambio de sentido y cambié de dirección y cuando me dijo que aparcara y me tragué el bordillo como tres veces. La profesora me miraba alucinada, pero daba igual. Fue un desastre, porque a ver cómo conduces sin poder controlar el embrague. Humillante, de verdad.

Y con mi autoestima en los bordillos de Granada y en el embrague de aquel coche, me vine para Sevilla.

Tercer examen: mi profe (al final di con el Obi Wan que necesitaba) nos deja para el final a una compañera y a mí. Cuando vuelven los otros cuatro que se examinaban ese día, vemos que el examinador se los ha cargado a todos. Qué bien. Qué alegría, qué alborozo, otro suspenso a la vista.

Me monto en el coche esperando encontrarme al mayor cabrón del mundo mundial y me encuentro a un hombre que es todo comprensión y ternura (cosa que me mosqueó bastante) y que dedica cinco minutos a tranquilizarme y a fomentar mi autoestima. "Haz lo que sabes hacer. No te preocupes. Es normal que te confundas con las marchas. No pasa nada si, de pronto, vas a meter segunda y metes cuarta...".

"Este tío me ha visto cara de subnormal" pensé. "¿Quién va a ser tan torpe como para meter cuarta en vez de segunda?". Sí, sí...Tres veces, tres, metí cuarta en vez de segunda. ¡Si es que hay cosas que no hay que mentar, hombre! No me había pasado nunca, jamás, y de pronto, la segunda marcha había desaparecido y yo, venga a meter cuartas. Me quería morir. Para colmo, me dice que aparque en un pedazo de avenida y yo, venga a dejar pasar huecos. El hombre, viendo que la avenida se acababa y yo no me decidía, me señaló amablemente (en plan voz del GPS) que la avenida estaba próxima a expirar y yo seguía en plan tó tieso. "Es que todos los sitios me parecen pequeños". Y ante el mohín que le vi hacer por el retrovisor, me animé (total, ¿qué tenía que perder?). "Y que conste que no es por no aparcar, de verdad, porque se me da muy bien, ¿a que sí?".

Ricardo, mi profe, me miraba como diciendo "Y esta, ¿qué se ha fumao hoy?". Pero funcionó, porque logré arrancarle una sonrisa al examinador. Y mira tú por dónde, mientras yo me recreaba en la sonrisa del hombre del cual dependía mi futuro, un paso de cebra (que no veo) y dos viejas que cruzan a las que alcanzo a ver por el rabillo del ojo (del mío, que las señoras no llevaban). ¿Resultado? Frenazo.

"Pare usted a la derecha, por favor".

Paro. Espero el hachazo en la espalda.

"Espero no tener que arrepentirme de haberla aprobado".

¿?

Sueños de un conductor

Mi amiga Unaexcusa ha publicado en su blog el triste suceso de cómo la ha cagado en su examen práctico de conducir. De pronto, me he visto sufriendo, en Graná, casi cuatro años atrás. Y un sentimiento de solidaridad me ha embargado y... Aquí está mi historia.



Como ya sabéis (y si no, pues lo cuento otra vez) me dieron mi primer destino en Granada. Todo precioso, todo perfecto, tren parriba y tren pabajo hasta que se me iluminó la bombillita y decidí que era hora de sacarme el carné. Total, que me busqué una autoescuela. Y como una es muy floja, muy floja, no miré mucho y me fui a la que tenía al ladito de casa. ¿Pa qué, Dios mío? ¿Pa qué? ¿En qué malísima hora se me ocurrió a mí? Desde el primer día, supe que no me iba a llevar bien con la mujer que me daba las clases. Era la mar de campechana, vamos, de estas que enseguida te tratan como si fueras su prima hermana. Y a mí (que soy muy petarda así, de primeras), eso me molesta. El teórico lo saqué sin problemas, pero el práctico, señores... Lo del práctico fue otra cosa.



Resumo mis 57 clases (sí, sí, 57, cinco, siete) con dos palabras: una tortura. Y vosotros diréis, con toda razón, que qué torpe. Pues sí, lo soy. Odiaba conducir y me daba miedo. No, pavor. Y encima me llevaba la señora (mi profesora) en los meses primaverales (incluyendo junio) a las 4 de la tarde, con un solano de morirse y con el Clio sin aire. "Con lo que entra por la ventana nos apañamos, ¿a que sí?". Pues no, hija, pues no. Porque al calor que desprendía la Plaza del Triunfo (que era donde cogía el coche) había que sumar el calorcito que desprendía el asiento del vehículo (ella venía conduciendo desde un pueblo cercano cuyo nombre no recuerdo) y los efluvios sudorosos que emanaban de mi cuerpecillo serrano cada vez que me ponía al volante.


Y esas calles... Que muy bonitas y muy poéticas para pasear, para Lorca... Pero joder, qué malas son para conducir. A mi angustia vital, se sumaba la escasa guía espiritual que me proporcionaba mi profe. Yo necesitaba una luz, un maestro que resolviera mis dudas de joven padawan de la conducción. Pero noooo... Yo necesitaba a Obi-Wan y di con La Veneno. Ella, ante cualquier duda, me respondía siempre (y cuando digo siempre, es SIEMPRE): "Siente la circulación, chiquilla, siéntela" y hacía aspavientos en el coche, meneando sus manos como Lola Flores. Y yo, lo único que sentía era no tener una pistola a mano para acabar con mi sufrimiento... Es decir, con ella.


Como muestra, un botón. Un día íbamos por una calle casi vacía (¿quién sale a las 4 con el calor?). A lo lejos, un señor con bolsas. Bueno, pues dio la puñetera casualidad de que era un amigo suyo. Había que verla sacar medio cuerpo fuera de la ventanilla y llamar a grito pelado al señor. Para colmo, semáforo que se pone en rojo. Y allí estaban los dos, pegándose voces. Que yo me preguntaba por qué el señor no se acercaba con sus bolsas al coche y dejaban de gritar los dos. Semáforo que se pone en verde. Tímidamente, empiezo a acelerar. El señor empieza a apretar el paso y siguen hablando. Como no me dice nada, yo, sigo acelerando. Y ahí lo teníamos: escena de estación de tren. El señor medio corriendo con las bolsas (estaba mayor y no daba para mucho, el pobre) y mi profe, con el cuerpo entero ya fuera del coche, mandando recuerdos para la señora del señor.

¿Cómo iba a aprender nada así? Si me daba más miedo ella que el coche...

Bueno, si os quedan ganas de seguir leyendo, en el siguiente post hablo de los exámenes (a estas alturas es evidente que fueron varios, ¿no?)prácticos. Que luego digo que no me gustan los posts largos. Si es que no se puede hablar...