El otro día, por San Valentín, se me ocurrió hacer un cuadernillo con poemas de amor contemporáneos y dárselo a mis alumnos de primero de la E.S.O. para leerlo en clase. Les pregunté unos días antes qué les parecía la idea (no iba a tirarme a la piscina sin saber si tenía agua) y me dijeron que bien, aunque no con demasiado convencimiento. Les pedí que trajeran poemas de amor de su casa. Subrayé lo de "de amor" y "de autores conocidos" porque no quería que salieran a la pizarra a leer perlas del tipo "te conocí a las cinco/ y por el culo te la hinco" (con h aspirada, por supuesto). Así que, con algo de miedo en el cuerpo, los emplacé a que me trajeran poemas de su casa para el día siguiente.
Y cuál no sería mi sorpresa al llegar el 14-F y descubrir, emocionada, que no sólo (pongo la tilde porque me da la gana, la echo de menos) habían traído poemas de Alberti y Bécquer, sino que algunos se habían animado y habían compuesto sus primeros versos. Participaron, leímos poemas, discutimos su significado y, cosa asombrosa, la mayoría de los que salieron a la pizarra a leer, fueron chicos. La verdad es que no me lo podía creer. De hecho, tengo pendiente con ellos otra sesión de poesía, porque les encantó.
Y es que de vez en cuando una tiene uno de esos días en los que merece la pena dedicarse a esto de domar fieras.
Menos mal.