Siento ponerme así, pero es que estoy que reviento y por algún lado lo tengo que soltar. Este año tengo tres grupos de 4º de ESO. Uno muy bueno (al que me voy a llevar de excursión como merecida recompensa), uno regular, fifty-fifty, y uno pésimo, de tan sólo 13 alumnos y del que soy tutora.
La semana pasada hice exámenes de recuperación del segundo trimestre y, viendo el relajo total que había por parte del personal, les dije que si aprobaban esta recuperación, tendrían aprobado también el primer trimestre. Les puse el examen prontito, lo hice con preguntas de otros exámenes y textos que ya habíamos analizado en clase. Bueno, ni por ésas. Resultados de la recuperación:
4ºA: 3 alumnos han hecho el examen, 2 han aprobado.
4ºB: 15 alumnos han hecho el examen, 0 aprobados (nota máxima, 3,35).
4ºC: de los 9 suspensos, sólo una ha hecho el examen. Y ha suspendido. El resto, me ha entregado el examen en blanco diciéndome, encima, que no me enfadara.
Y me pongo negra cuando hablo con una amiga que también se dedica a esto y me comenta que los inspectores (porque ahora vienen como la Guardia Civil, de dos en dos) van a pedirle toda la documentación, las programaciones de aula y las adaptaciones curriculares pertinentes porque, según ellos, ha suspendido a demasiados alumnos en 3º.
No me gusta victimizar mi profesión, me dedico a la docencia porque quiero y porque, por alguna extraña razón, me gusta. Pero a esto no hay derecho. Cuanto menos hacen ellos, más te presionan y más tienes que hacer tú. ¿Para qué? Para que al final no aguantes la presión, los apruebes a todos por la cara y mejoren las estadísticas, que es lo único que estos asquerosos burócratas les importa. Así que no os engañen: el día que mejoren los resultados oficiales, detrás de cada número no habrá un alumno mejor preparado, sino un profesor enterrado en papeles.